21/1/09

26 de Enero de 1935

La noche en que Henry y yo salimos, insistió en acomparme a casa, cosa que nunca hace. Le digo claramente que no deseo que me acompañe a la casa de los Guiler.Como insistió mucho, le di una dirección falsa en la calle 89 Este.Pero mientras trataba de convencerlo de que no me acompañara, me vi obligada a admitir que había mentido al decirle el número, porque temía que subiera al apartamento a hablar con los Guiler e insultarlos. "Maldita seas", dijo Henry. "Eres incurable". Y volvió a perder toda su confianza, y eso que dos horas antes habíamos estado en su cama, acariciándonos en pleno delirio.

Finalmente nos bajamos en la calle 57, donde le engatusé para que nos tomáramos una soda, pensando que me dejaría seguir sola a casa, y seguimos andando hasta la parada del autobús de la Quinta Avenida. Pero viendo el tormento y la duda en su cara, le dije: "Esta bien, vente conmigo. Quiero que vengas, eso te tranquilizará.Subimos al autobús y, mientras hablabámos, pensaba rápidamente que ahora tendría que encontrar un casa de dos entradas. Pero como nunca había estado antes en la Calle 89, no sabía lo que iba a encontrarme al doblar la esquina, quizá un club o una casa privada, una mansión Vanderbit.Sí, fue algo así,porque no había nada, salvo un enorme solar vacío a la derecha y casas a la izquierda.Caminamos por la acera cubierta de nieve en medio de la noche helada, hablando dulcemente de otras cosas, con la voz de Henry tan vulnerable, hasta que ví una casa de apartamentos en la esquina de la calle 89 con la Avenida Madison, donde bien podrían vivir los Guiler. Henry me dio el beso de las buenas noches allí mismo, un beso cálido y pegajoso que me conmovió profundmente. Y luego, añadí algo increible a las dificultades del juego. le dije: " Ya ves que te estoy diciendo la verdad, los Guiler viven en la sexta plaza.Cuando llegue, encenderé y apagaré la luz como señal de que estoy allí. Como Ethel {la hija} duerme allí, quizás no me asome a la ventana, pero la luz te avisará". Y dejé allí plantado a Henry, delante del edificio. Primero me encontré con que la puerta estaba cerrada con la llave y tuve que llamar al timbre del portero, cosa con la que no había contado. Cuando me abrió, le pregunté: ¿Hay una puerta que de a la Avenida Madison?, por decir algo, porque él me había dicho en tono desabrido: "¿Dónde va usted? ¿Qué apartamento busca?" y luego añadí: "No busco a nadie. He venido tan sólo porque hay un hombre que me sigue y me está molestando.Creí que podría entrar aquí, salir por la otra puerta y coger un taxi que me llevara a casa".

- La otra puerta está cerrada durante la noche. No puede ir hasta allí.

- Bueno, entonces me quedaré aquí un rato, hasta que se vaya el hombre.

Y me senté en un sillón tapizado de felpa roja que había en aquel vestíbulo, oscuro y alfombrado. Pensé en Henry, esperando afuera que apareciera mi señal de luz, y en Huck, esperándome desde la medianoche, esperándome con su peculiar impaciencia, porque la noche anterior no aparecí por su casa, la había pasado con Henry (telefoneé a Huck "desde New Caan" diciendo que el coche se había atascado en la nieve, cosa que él sabía que no era verdad, así que no pudo dormir en toda la noche y a la mañana siguiente me lo encontré amarillo de dolor e ira). Sentada allí, con el corazón palpitándome, martilleándome en la cabeza y pensando sin parar. Me levanté y fui hasta la puerta para mirar cautelosamente a la calle y vi que Henry seguía esperándome en mitad del frío, mirando por la ventana. Dolor y risa, solor físico por mi amor a Henry, risa por alguna razón demoniaca que desconozco.

- El hombre sigue allí-dije al portero- Escuche, tengo que salir de alguna manera. Tiene que hacer algo.

Llamó al muchacho de los ascensores. El chico me condujo hasta el sótano a través de un laberinto de pasillos grises. Otro ascensorista se unió a nosotros. Les expliqué lo del hombre que me seguía. Subimos unas escaleras y abrieron la puerta de servicio. Los cubos de basura llenaban todo aquello. Uno de los chicos fue en busca de un taxi. Les di las gracias.Dijeron que lo hacían con mucho gusto, que Nueva York, era un infierno para las señoras. Subí al taxi. Me tumbé en el asiento para que Henry no pudiera verme pasar por Avenida Madison.

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